Una búsqueda del sentido (3), Roland Yuno Rech
El inconveniente de cómo nos
vivimos esta búsqueda de sentido son las adicciones en las que podemos caer.
Lo que detendría la búsqueda sería la espera totalmente satisfecha. El Nirvana
sería así el sentido profundo de todos nuestros deseos, la búsqueda de la
abolición de los mismos.
Además, si Dios no existe, parece
que todo esté permitido y ello contribuye a la crisis de los valores morales
que no se resuelve con el conformismo.
Pero el nihilismo sería abolir
una posibilidad de sentido más allá de los cinco órganos de los sentidos y de
la mente. Este sentido lo daría el sentido de la trascendencia constitutivo del
ser humano que se siente prisionero de su ego. Este sentido es la intuición de
otra dimensión de la vida llamada a veces despertar original. Este sentido se
manifiesta en todas las religiones y espiritualidades, así como en la práctica
de la meditación. En la vía del buda es la
bodichita o bodhaisin en el zazen, la aspiración al despertar a la realidad
profunda de la existencia que permite poner fin al sufrimiento con todos los
seres.
Del origen a la abolición de la
pregunta de qué es el zen. Un arte de vivir arraigado en la práctica de zazen .
En este mundo de sufrimiento sentarse en zazen es entrar en la misma vía del
Buda Sakyamuni. Zazen es la meditación en la que él despertó impresionado por
los sufrimientos vinculados a la impermanencia. Se cuestionó el sentido de la
vida. La enfermedad, la vejez y la muerte son inevitables y parecen convertir
en vanas todas las acciones humanas.
La búsqueda de Sakyamuni fue la
del sentido del sufrimiento. Desembocó en una práctica liberadora de las
ilusiones y de armonía con la realidad que se convirtió en el sentido de la
existencia que sus discípulos hacen voto de compartir con todos los seres.
El espíritu del despertar es el
espíritu que aspira a la liberación del sufrimiento. Sin escapar de la realidad
de la impermanencia de la vida y de la muerte sino confrontándose con ella en
la meditación.
La práctica de zazen es
concentración y observación más allá de cualquier dualismo entre sujeto y
objeto. El cuerpo vertical es una rayita que une el cielo y la tierra, un nexo
de unión entre los dos.
La concentración en el cuerpo y
la respiración apacigua la mente y clarifica el espíritu, pues ya no corremos
tras nuestros pensamientos ni emociones. No nos apegamos a ningún estado en
particular, lo que permite estar presente en la incesante aparición y
desaparición de todos los fenómenos que forman nuestra existencia y la del
mundo.
La impermanencia pone de
manifiesto la ausencia de sustancia de todas nuestras construcciones mentales.
Hacerla realidad permite soltar presa y conduce a la unidad de la vida
aboliendo a la mente que crea separaciones y apegos. Estar simplemente sentado
cuando se está sentado basta. La presencia en cada instante más allá del antes y del después los
convierte en instantes de eternidad. No se siente la necesidad de añadir nada a
esta experiencia. No se necesitan oraciones ni ceremonias y entonces se puede
hacer con libertad como expresión de esta liberación y de nuestra gratitud
hacia el buda y sus sucesores que la hacen posible por medio de la transmisión.
La noción misma de sentido
desaparece, pues el sentido sólo se busca cuando se ha perdido la unidad.
Cuando se es uno con la vida de cada instante, no falta nada, y uno, no está
separado de nada.
Observar las ilusiones y el karma
permite ver los propios errores y transformarlos, pero es un mérito que se
deriva de zazen, un sentido que aparece sin buscarlo.
En el Genjo Koan, Dogen dice:
“Aprender a conocerse uno mismo es olvidarse de uno mismo”. Por medio de la
concentración, más allá de las maquinaciones mentales y por la visión justa de
la vacuidad de lo que constituye el ego.
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